miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuba y su nueva Ley de Inversiones: del desarrollo sostenible al neoliberalismo (3 y final)


Propongo algunas ideas para dar cierre a las dos entradas anteriores. Me centraré en destacar el hecho que el gobierno cubano y los economistas detrás de la Ley de Inversiones parecen desconocer que (eco)nomía y (eco)logía son dos conceptos que no por casualidad tienen una misma raíz etimológica.
Lamentablemente las personas no estamos acostumbradas a pensar en esa semejanza, pero si lo hiciéramos, veríamos con facilidad las falacias del concepto “desarrollo sostenible” y la necesidad de plantear proyectos de vida alternativos.
Recordemos tres cosas: 1. El prefijo “eco-”  proviene del griego oikos (casa, vivienda, hogar); 2. El sufijo  “—nomía” proviene de nomos (ley, ciencia que regula, que entiende, que dispensa, que reparte…) 3. El sufijo  “—logía” proviene de logos (palabra razonada, tratado, persona que razona…). Visto así, cuando hablamos de economía/ecología estaríamos estar hablando de pensar cómo repartir “las cosas que tenemos en casa”.
El problema de la noción de “desarrollo”, en cualquiera de los disfraces que hemos conocido (económico, humano, sostenible…), está en que es un proyecto insaciable donde “las cosas que tenemos en casa” nunca son suficientes: siempre demanda más, siempre necesita más. Es decir, “desarrollo” y “necesidad” son dos caras de la misma moneda.
Es lo que Serge Latouche llamala paradoja de la creación de necesidades”: el desarrollo genera, por un lado, una necesidad tan real que es casi fisiológica, y por otra, una necesidad psicológica que reside en el sentimiento de que necesitamos más.
La historia de los países “desarrollados” demuestra esa realidad: históricamente en el expolio del resto de las naciones generando miseria en estas. Primero por la fuerza con la colonización; ahora mediante Tratados de Libre Comercio y los mecanismos de endeudamiento, y si es necesario, también la fuerza militar.
Décadas atrás, los economistas cubanos tenían más o menos clara esa relación; ahora, parece que no. Décadas atrás Fidel decía que la deuda externa es ilegítima e impagable; ahora, Raúl pretende negociarla.
¿Y por qué quiere negociarla? Para acceder a los recursos económicos internacionales ¿Y por qué necesita esos recursos? Porque los propios no son suficientes para dar solución a las necesidades internas, dicen.
¿Realmente son insuficientes? «Hoy en el mundo globalizado ningún país puede mantenerse por sus propios medios, por una u otra vía todos necesitan recursos externos para su desarrollo», respondería sin más el Dr. en Economía Omar Everleny Pérez. (http://www.havanatimes.org/sp/?p=95393)
¿Cuáles son las implicaciones de resignarse a que es así? Veamos: Si ningún país puede mantenerse por sus propios medios, entonces todos los países del mundo no pueden mantenerse con todos los recursos del mundo. Por tanto, ¡este mundo no puede mantenerse!
Es lo que han estado diciendo la Ecología Política y la Bioeconomía durante décadas, pero los economistas clásicos consideran es un catastrofismo exagerado. En ese sentido, la Huella Ecológica es un indicador que ofrece una imagen muy ilustrativa de la decadente realidad global.
Vivimos en una sociedad global donde la huella ecológica media es 2,7 hectáreas globales per cápita (hgpc), lo que significa que el “habitante promedio” necesita esa cantidad de superficie (incluida mar y tierra) para satisfacer sus “necesidades” de todo un año (alimentos, energía, agua, etc.). Sin embargo la biocapacidad del planeta (la explotación que puede soportar) es de 1,8 hgpc
¿Cómo se soluciona ese déficit de 0.9? Sencillo: unos consumen y otros no. Compiten por los recursos. He aquí el dilema ético que la economía clásica no quiere destapar cuando, por el contrario, todas las recomendaciones animan a competir, competir, competir. Este discurso ha calado profundamente en los políticos y economistas cubanos: “competitividad” o “competitivo” se repiten en los Lineamientos tantas veces como “sostenibilidad” y “sostenible” mientras que las palabras “ecológico” o “ecología” no aparecen ni una vez.
¿Se está haciendo cómplice del mantenimiento de ese sistema económico mundial el gobierno cubano, cuando pone el centro de sus medidas económicas en una Ley de Inversión Extranjera?  ¿No sería más ético y eco-lógico poner el centro de atención en “las cosas que tenemos en casa”? ¿No debería ser el centro de las reformas económicas una Ley de Inversión Interna, una política real de microcréditos y una revisión transparente del uso los recursos nacionales?
La huella ecológica de Cuba es 1.8 hgpc, según las estimaciones internacionales. De acuerdo a este valor los cubanos y cubanas estarían haciendo un consumo razonable y tener más o menos cubiertas sus necesidades básicas. En otras palabras: el bloqueo americano sería una “externalidad” cuyo efecto está suficientemente contrarrestado.
Pero las necesidades no están resueltas. Lo sabemos por la vida cotidiana y lo confirma la insistencia oficial en la falta de recursos. ¿Cómo se explica esa contradicción respecto al indicador de la Huella ecológica? La respuesta, debemos buscarla en las lógicas productivas internas (el desigual reparto, la ineficiencia en la distribución de la producción y la prestación de los servicios, el desvío de recursos, etc.)
Cuando se observa la realidad económica cubana desde la Ecología Política y la Bioeconomía, las evidencias de las contradicciones internas se multiplican.  Veamos un poco más.
Consumo anual de hectáreas productivas
1.8 hgpc x 11.242.628 habitantes = 20.236.730 hectáreas
Superficie nacional
110.860 km2 x 100 ha= 11.086.000 hectáreas
Relación entre hectáreas consumidas / territorio nacional
20.236.730 hectáreas/11.086.000 hectáreas = 1.825

Esto significa que Cuba consume anualmente los recursos de una superficie productiva cercana al doble del territorio nacional. ¡El país es totalmente dependiente del exterior! ¿Puede solucionarse este problema con una ley de inversión extranjera que aumentará la dependencia?
Desde los principios de la Ecología y la Bioeconomía, la respuesta sería ¡No! El más mínimo sentido común conduce a la misma conclusión. Pero la idea del “desarrollo” es demasiado fuerte. Como explicaba hace décadas el economista estadounidense de origen canadiense John Kenneth Galbraith en La sociedad opulenta (The Affluent Society, 1958):
«Lo que llamamos desarrollo económico consiste en gran medida en imaginar una estrategia que permita vencer la tendencia de los seres humanos a imponer límites a sus objetivos de ingresos, es decir, a sus esfuerzos.» [Citado por Jean Baudrillard (1974). La sociedad del consumo, Ed. Siglo XIX, p. 73]

Existe una diferencia fundamental entre un ecosistema y los sistemas humanos (económicos): los ecosistemas en equilibrio toman recursos externos pero nunca están en deuda. La pregunta sería: ¿es posible pensar relaciones económicas con el exterior que no conduzcan al endeudamiento?

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