sábado, 10 de mayo de 2014

Cuba y su nueva Ley de Inversiones: del desarrollo sostenible al neoliberalismo (2)


Continuando la anterior entrada sobre la centralidad del ‘desarrollo sostenible’ como justificación de las políticas económicas cubanas actuales (ver aquí), propongo ahondar un poco más en las trampas que el concepto lleva implícitas así como sus potenciales para promover el neo-liberalismo.

Para ello, debatiré su inconsistencia conceptual, y dejaré para otro momento el esbozo de las alternativas existentes que los economistas y políticos cubanos parecen desconocer.

Comienzo exponiendo la apreciación que hace Serge Latouche en “Sobrevivir al desarrollo” (Icaria editorial, Barcelona, 2004) en cuanto a que el concepto ‘desarrollo sostenible’ es un oxímoron o antinomia; esto es, dos palabras cuya unión pretende expresar lo inexpresable (‘la oscura claridad’, etc…).

¿Por qué un oxímoron? Porque si la palabra «sos­tenible» quiere expresar durabilidad, persistencia, el concepto «desarrollo» en su significado histórico y práctico es esencialmente contrario a la durabilidad.

Para comprender la contradicción bastaría reconocer que vivimos en una sociedad donde el «desarrollo» sólo es posible siguiendo la lógica de “Comprar, tirar, comprar” o de la obsolescencia programada (véase este documental de TVE).

Comenta Latouche, el oxímoron es una figura retórica que inventaron los poetas pero cada vez usan más los tecnócratas y políticos para hacernos creer lo imposible. Podemos agregar, su uso es bienvenido en Literatura porque abre posibilidades a la libre interpretación, pero difícilmente sea útil en política y economía: ¿acaso es posible establecer diálogos fructíferos cuando cada quien entiende las palabras a su antojo e interés?

Existen muchas concepciones de ‘desarrollo sustentable’ —en el Informe Brundtland (World Commission, 1987) aparecen 6 acepciones, y dos años después John Pezzey (“Economic analysis of sustainable growth and sustainable development”, World Bank, Environment Department, Working Paper no. 15, 1989) reseñaba 37—; pero todas pueden clasificarse en dos grupos:

1.                   la de intelectuales humanistas que entienden el desarrollo sostenible como un desarrollo respetuoso con el medio ambiente

2.                   la de industriales, políticos y casi totalidad de los economistas para quienes lo importante es que el desarrollo pueda durar indefinidamente.

Sin embargo ninguno de esos grupos cuestiona si ambos objetivos  (desarrollo y medio ambiente) son compatibles. Más bien dan por cierto que lo son, o que la tecnología permitirá que lo sean.

Aparece así “la exaltación de la tecnología” en la que caen tanto liberales como marxistas, una posibilidad muy teorizada: se habla de ‘moder­nización ecológica’ (ecological modernization) y de ‘economización de la ecología’ (economizing ecology).

Estos dos conceptos que terminan tergiversando el significado de ‘ecología’ para que no resulte contradictorio con la expansión capitalista. De hecho, como expone Latouche:

«Podemos afirmar que, si tras la conferencia de Estocolmo (1972), las cosas no han evolucionado mucho en el buen sentido, y que la situación planetaria se ha agravado considerablemente al hilo de las diferentes conferencias (recordemos: Nairobi o Estocolmo, por 10; Río o Estocolmo, por 20; Johannesburgo o Estocolmo, por 30; o de nuevo Río, por 10...), los industriales, al contrario, han aprendido a enfrentarse a ello» [Latouche, 2004].

¡Tanto han aprendido que incluso teorizan! Como indica Latouche, Stephan Schmidheiny, animador de una asociación de industriales sensibles con el medio ambiente y consejero de Maurice Strong, presidente del PNUMA para la orga­nización de Río 92, escribía: «El funcionamiento de un sistema de mercados libres y competitivos, en los que los precios integran el coste ambiental a otros factores económicos, constituye la base de un desarrollo sostenible.»

Otro ejemplo de que no hay contradicción entre ‘desarrollo sostenible’ y capitalismo, son docu­mentos del Business Action for Sustainable Development (BASD) citados por Latouche según los cuales:

 «El desarrollo sostenible se realiza mejor gracias a una competencia abierta en el seno de mercados correctamente organizados que respetan las ventajas comparativas legítimas. Tales mercados alientan la eficiencia y la innovación, factores necesarios para un progreso humano sostenible.»

La ambigüedad del ‘desarrollo sostenible’ ya se dejaba ver en el Informe Brundtland. Si en sus primeras páginas exponía que el desarrollo sostenible sólo puede tener lugar si los poderosos adoptan un modo de vida que respete los límites ecológicos del planeta, más adelante afirmaba:

 «A consecuencia de la tasa de crecimiento demográfico, la producción manufacturera tendrá que aumentar de cinco a diez veces sólo para que el consu­mo de artículos manufacturados en los países en desarrollo pueda atrapar al de los países desarrollados».

La contradicción está aquí: si los modelos de los países “desarrollados” no son ecológicos, ¿cómo aceptan que los países “subdesarrollados” sigan esas vías para alcanzar el nivel de consumo que los poderosos?

La receta del informe Brundtland era que necesitamos una nueva era de crecimiento y un crecimiento vigoroso. En esos mismos términos plantean hoy los políticos capitalistas la salida a la crisis.

¿No es este mismo el discurso cubano? ¿No es eso lo que expone el Dr. Omar Everleny Pérez a Fernando Ravsberg?, cuando dice: “Si no se invierte en la economía cubana será imposible llegar a tasas de crecimiento superiores al 5% o 7%, para poder duplicar el PIB en 5 años. (ver aquí)


Curiosamente el Informe Brundtland propone una tasa de crecimiento anual del 5 al 6%

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